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viernes, 14 de noviembre de 2014
Homenaje al Sensei Ricardo Cuevas Aikido Kurata Dojo
http://kiawasedojo.blogspot.com.ar/2011/10/ricardo-cuevas-el-adios-un-amigo.HTML
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Revisando blogs leo el fallecimiento de un gran practicante y maestro del Aikido, Ricardo Cuevas, con el que aprendi muchísimo, mas alla de las técnicas.Debo admitirlo, conceptos como que lo suave tiende a lo duro, y lo duro a lo suave como en un circulo, y donde la mente en blanco, mushin,prevalecera sobre la adversidad, no te lo enseñaba cualquiera, pero lo mas lindo es que lo practicaba en el tatami, y quedábamos pagando con El. que era mayor que nosotros. Se que su búsqueda era espiritual, y el Aikido un camino, nada mas para esta búsqueda, y eso también lo aprendi. Si somos seres epirituales, encapsulados en cuerpos de materia, maestro ya estaras con Oh Sensei, y seguro prarando el tatami para tus siempre compañeros de practica. Seguimos el camino del aprendizaje, con la sola recompensa de caminar. ¡¡ Hasta siempre maestro !!
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domingo, 21 de septiembre de 2014
La advertencia
El samurai alto entró en el pequeño pueblo, al este de Kyoto, en la isla de Honshu. Su Ayigasa, un sombrero de junco revestido de seda, que llevaba caído tapando su frente, proyectaba una sombra sobre sus ojos y la mayor parte de su cara. Su ropa de caza de color claro estaba muy contrastado con el lustre de la vaina de laca negra de la espada que portaba en su costado izquierdo.
Se movía silenciosamente, cautelosamente, pero sus zancadas eran seguras; su aspecto soberbio. Sus ojos viajaban levemente sobre las diminutas cabañas que bordeaban la tranquila calle. Los aldeanos no se dejaban ver por ninguna parte, aunque el sentía unos ojos siguiéndoles mientras pasaba por delante de las casas. Se habían refugiado del sol, pero hubieran entrado dentro aún en día nublado para evitar el contacto con este guerrero misterioso.
El samurai estaba satisfecho. No quería encontrar a nadie que pudiera retrasar su búsqueda del artista Hirata . Las ordenes de su Señor, uno de los más fiados Daimyo del Regente Hideyoshi, eran explicitas: debe encontrar pronto a Hirata y convencerle, por cualquier medio que creyera conveniente, que tenía que entregar a su hermosa hija, Okane, al palacio de Edo. Ella será un gran regalo para el poderoso Hideyoshi y traerá mucho honor y favor a su Señor. Le avisaron al samurai que no le permitirían el privilegio de una muerte honorable si fallaba. En vez, lo desterrarían a Corea, donde se uniría al ejecito de Hideyoshi en su intento inútil de conquistar aquella península misteriosa. Serviría como el más humilde de los soldados y seguramente sufriría una muerte ignominiosa.
No le preocupaba su destino al samurai, porque estaba seguro que no fallaría. Los aldeanos tenían miedo y estaban desarmado. Hirata era un hombre viejo. No tendrá ningún problema en cumplir su misión con éxito.
Sin embargo, le habían advertido que no debería tomar ligeramente a Hirata. Era un ninja, un miembro del clan que había hostigado las fuerzas de Hideyoshi mientras viajaban desde Edo a Kyoto antes de que fueran aplastados por el gran poderío del Regente imperante. Se rumoreaba que él había causado muchas muertes de modos horribles y taimados, y solamente le permitían vivir porque Hideyoshi no estaba deseoso de continuar esta guerra derrochadora contra estos campesinos aterradores en un momento cuando estaba tan involucrado con otras campañas más importantes. Volvería a ellos más tarde, cuando sus guerreros retornaran desde Corea, y les exterminaría. Mientras tanto, había una paz.... una paz de odio y desconfianza.
Una sonrisa atravesó la cara del samurai mientras recordaba su encuentro con un comerciante que conocía a Hirata. Sucedió en unas 50 millas de la aldea. Ël había compartido una botella de sake con el comerciante gordo y jovial, que se sentía relajado por la conversación, cortes y sin importancia, y suavizado por al vino. Era en aquel momento que el samurai sacó el tema de Hirata. ¿Le conocía el comerciante? ¿Sabía donde vivía? ¿Conocía sus costumbres? ¿Sabía de los poderes que poseía?. El comerciante contestó si a todas las preguntas.
“No quiero saber porque busca usted a Hirata,” –dijo el comerciante. “temo que el conocerlo será peligroso. Tan peligros como puede ser Hirata. No se deja engañar por su edad y comportamiento quieto. Hirata es un hombre tortuoso, como todos los ninjas son hombres tortuosos. A dominado el uso de los venenos, por esto no debe usted aceptar nada de la comida o bebida que le ofrezca. Y no deje que le toque a usted. Han dicho que esconde sus manos unas agujas revestidas de veneno de una potencia mortal. Aunque es usted joven, y fuerte, resultará ser un oponente digno, si le busca como oponente.
“Vive al final de la aldea, en una casa situada encima de un otero flanqueado por un riachuelo pequeño. Vive con su hija, Okane, la flor más bella que ha crecido en Honsh, que le sirve y la honra como si fuera un Señor poderoso. Vive en paz ahora, trabajando en su arte desde el amanecer hasta el anochecer. Pero no se equivoque por esta serenidad. Es peligroso. Es tortuoso. “
El samurai estaba satisfecho con la información que recibía del comerciante borracho, y ahora, mientras se acercaba a la casitas pequeña encima del otero, tenía confianza en que su misión le saldría bien.
El samurai tuvo que agachar la cabeza para ver a través de la puerta abierta de la casa de Hirata. Debido al deslumbramiento cegador del sol del mediodía, sus ojos tardaron unos momentos en acostumbrarse a la habitación sombría. Estaba amueblada sencillamente... casi estéril. Unos pocos tatamis en el suelo, un juego de té de diseño simple sobre una mesa baja en medio de la sala, un hornillo y utensilios de cocinar en el rincón distante. Una lámpara colgaba del techo, pero ofrecía poca iluminación. La mayoría de la pared opuesta estaba abierta para revela r un pequeño jardín, bien cuidado, de rocas y árboles. En el centro de la abertura, destacado contra la luz, una figura se sentaba con las piernas cruzadas frente a una mesa baja. Estaba pintando, observo el samurai, con pincel y tinta, y estaba tan absorbido en su trabajo que no se percató, o no parecía percatarse, en la figura alta en el portal.
“Busco un hombre llamado Hirata.” –La voz del samurai resonaba con autoridad.
Lentamente sew enderezaba la figura de la mesa y, sin volverse, contestó.
“Soy Hirata. ¿Cómo puedo servirle a usted?”.
El samurai entró en la habitación, echando sus hombros hacia atrás y apareciendo aún más masivo que era en realidad. Se acerco a Hirata con pasos firmes. Impresionaría al artista con su poder inmediatamente. Estaba seguro que no habría problemas.
“Soy de Mito, y traigo una oferta que honrará a su casa “.
Hirata se levantó lentamente y se volvió. Era delgado y más alto que parecía cuando estaba sentado. Se vistió una Hakama por encima de su sencillo kimono blanco. Su pelo era abundante y largo, tocado de gris. Una pequeña barba escasamente cubría su barbilla. Le asombraba al samurai que la cara del artista no tenía arrugas, que sus ojos eran claros y llenos de vigor. Pero más le impresionaba las manos de Hirata. No parecían encajar con su cuerpo eran grandes y fuertes... las manos de un hombre de gran fuerza... de un guerrero.
“Ya me ha honrado por haber entrado en mi humilde casa.” -dijo Hirata mientras se inclinaba ligeramente apretando sus manos entre si.
El samurai no devolvió la reverencia. Establecería de inmediato quien era el superior, aunque significaba insultar a su anfitrión. Hirata no parecía notarlo o simplemente ignoró la grosería.
“Le ofrezco algo de té. O tal vez prefiere sake.” –dijo indicando hacía la mesa en medio de la habitación.
El samurai declinó. Se pone en marcha rápidamente, pensó.
“Estoy ansioso para volver a Mito con su regalo para mi Señor, Hideyoshi.” –dijo el samurai mientras empujó el sombrero hacía atrás hasta que colgaba encima de su espalda por la cuerda que lo había sujetado debajo de su barbilla. Hirata le miraba a la cara con calma. Era una cara cruel y ruda; una nariz ancha separaba a unos ojos profundos y malvados. La barbilla era cuadrada y firme, y una sombra azul escasamente escondía unas mejillas destrozadas por la sífilis. Este es un hombre que ha matado a muchos sin remordimiento, pensó Hirata. Y con la más mínima provocación, mataría de nuevo.
“Me siento adulado que cree que tengo algo digno de ser un regalo para el gran Hideyoshi.” –dijo Hirata humildemente. “Pero como puede ver, esta es una casa simple. Tengo posesiones simples y mi arte es de mediocre calidad, más apta para quemar que para un obsequio.”
El samurai miró a Hirata fríamente. Es un hombre sagaz. No se como se ha enterado, pero sabe porque estoy. Aquí ahora veremos si es tan valiente como sagaz.
El samurai sacó su espada y la colocó contra la mejilla del artista. Con la presión más tenue, hizo un corte pequeño. Hirata se quedó inmóvil y silencioso mientras la sangre escurría por su barbilla y goteaba encima de su kimono blanco.
“No quiero su arte cruda ni sus posesiones simples.” -gruñía el samurai. “El regalo por el que he venido es su hija. ¡Traédmela enseguida!.
Hirata miró fijamente, sin emoción aparente, al samurai, pero a la medida que éste elevo la espada, golpeaba sus manos dos veces, y una chica joven entró desde el jardín. Era la muchacha más hermosa que había visto nunca el samurai, una figura pequeña y delicada, escasamente de 13 años, con una piel que era casi transparente, unas facciones perfectas, un tipo apuesto. De verás ella era un premio digno para cualquier rey. Su Señor estaría contento y le recompensaría generosamente.
“Actúa con sabiduría, no con honor ni con valentía.” –dijo el samurai con desprecio. “Le pago por su obsequio con su vida. Ven, Okane, la llevo a una vida muchísimo mejor. Una vida de servicio para nuestro Señor Hideyoshi.”
Con su espada todavía desvainada, el samurai cogió la mano de la asustada Okane, la llevó hasta la puerta. Ella no ofreció ninguna resistencia ni miraba a su padre, que no se había movido ni profería ninguna palabra. En la puerta, el samurai volvió hacía Hirata.
“Ahora sería un buen momento para que usted disfrute de algo de su té y sake.” Enfundó su espada y anduvo triunfalmente a lo largo de la calle de la aldea con Okane corriendo par ir a su paso.
La taberna estaba casi desierta cuando entraron el samurai con Okane. Inspeccionaba la sala grande desde la puerta, una precaución que se había convertido en costumbre en todas sus misiones. Estaba agotado por la constante vigilancia que tuvo que mantener desde su salida de la casa de Hirata y quería nada más que una buena comida, algo para beber y un poco de reposo. Estaba contento de ver al comerciante que había encontrado en su visita anterior consumiendo un manjar de arroz y pescado cocido en el distante rincón. Sus ojos se encontraron y el comerciante sonrió e indico que el samurai se uniera a él.
El samurai se sentó fatigosamente encima del delgado tatami que estaba extendido delante de la mesa y trago con ganas la copa de sake que le ofreció en comerciante. Okane se sentaba resentidamente a su lado, sus ojos mirando hacia abajo e hinchados con lágrimas sin derramar.
“Le doy las gracias por su hospitalidad y los consejos valiosos que me dio cuando nos encontramos la primera vez. Brindo por su salud y su futuro,” – dijo el samurai, y apuró una segunda copa de sake.
Ahora que estaba sentado sintió el cansancio recorrer su cuerpo. Se sentía mareado, como si hubiera bebido demasiado. Pero entonces sus brazos parecían de plomo, sus piernas palpitaban y un dolor punzante corría a través de su pecho. El comerciante sonreía y estaba hablando, pero tuvo que concentrarse mucho para oír lo que decía.
“Hirata le da las gracias por su regalo de la vida. Para pagarle ahora le quitará la carga de su hija indigna de sus cansados hombros. El siente que le pareciera bien rechazar su hospitalidad durante su visita su casa. Sabe que era un descuido de su parte y ha mandado su sake favorito para aliviarle y calentarle.”
El comerciante se levantó y, cogiendo a Okane por la mano, anduvo lentamente hacía la puerta. El samurai quedó sentado, paralizado, sin poder pararle.
“Le advertí.” –dijo el comerciante mientras salía por la puerta.
“Hirata es un hombre tortuoso. Todos los ninjas somos hombres tortuosos”.
El secreto de la via del sable.
Un joven fue un día a acercarse a un Maestro de Kenjutsu para ser un alumno. El maestro acepto y dijo: “A partir de hoy, tu iras cada día a cortar troncos en el bosque y a buscar el agua en el río.” Esto fue lo que el joven hizo. Depuse de tres años, se dirigió al maestro y le dijo: “Yo he venido para aprender la esgrima y hasta ahora ni siquiera pasé la puerta del Dojo...”.
“Muy bien, -le dijo el Gran Maestro-, pues hoy tu entraras.” Sígueme. Y desde este momento, tu haces toda la marcha alrededor de la sala, pisando cuidadosamente el borde del tatami pero sin traspasarle jamás...
El discípulo practicó el ejercicio durante un año, al fin del cual él se encolerizó hasta tal punto que se dirigió al Maestro y grito: “Me voy, no he aprendido nada del arte que vine a aprender, me voy...”
“No, -le dijo el Maestro- hoy voy a continuar enseñándote. Ven conmigo...”
El Maestro llevó al joven frente a una montaña, seguidamente al borde de un precipicio enorme. Un tronco de árbol estaba haciendo de puente sobre el vacío...
“Pues bien, pasa para el otro lado”, dijo el Gran Maestro al discípulo, que estaba lleno de terror.
Mirando al abismo, lleno de miedo y de vértigo, el joven estaba paralizado. En ese momento llega un ciego, que tanteando con su caña, sin rechistar, se mete sobre el frágil pasaje y pasa tranquilamente.
No fue preciso más para que el joven perdiera el miedo y a su vez pasará rápidamente al otro lado.
Su maestro la grita: “Tu dominaste el secreto de la esgrima: abandonar el ego, no temer a la muerte, ser indiferente a las circunstancias adversas. Cortando troncos, desarrollaste la musculatura, marchando con atención al borde del tatami perfeccionaste tu equilibrio, y mira, hoy tu comprendiste el secreto de la “Vía”, creo que serás entre todos el más fuerte...
El valor de las cosas
Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después...- y haciendo una pausa agregó: - Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
-E...encantado, maestro - titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien - asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió.
Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-58 monedas??!-exclamó el joven.
-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...
El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.
TaesungKwan Hapkido "sistema Libre"
Hapkido En Argentina
Concentración
Después de ganar varios concursos de arquería, el joven y jactancioso campeón retó a un maestro Zen que era reconocido por su destreza como arquero. El joven demostró una notable técnica cuando le dió al ojo de un lejano toro en el primer intento, y luego partió esa flecha con el segundo tiro. "Ahí está", le dijo el viejo, "¡a ver si puedes igualar eso!". Inmutable, el maestro no desenfundo su arco, pero invitó al joven arquero a que lo siguiera hacia la montaña. Curioso sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió hacia lo alto de la montaña hasta que llegaron a un profundo abismo atravesado por un frágil y tembloroso tronco. Parado con calma en el medio del inestable y ciertamente peligroso puente, el viejo eligió como blanco un lejano árbol, desenfundó su arco, y disparó un tiro limpio y directo. "Ahora es tu turno", dijo mientras se paraba graciosamente en tierra firme. Contemplando con terror el abismo aparentemente sin fondo, el joven no pudo obligarse a subir al tronco, y menos a hacer el tiro. "Tienes mucha habilidad con el arco", dijo el maestro, "pero tienes poca habilidad con la mente que te hace errar el tiro".
En las manos del destino
Un gran general, llamado Nobunaga, había tomado la decisión de atacar al enemigo, a pesar de que sus tropas fueran ampliamente inferiores en número. Él estaba seguro que ven-cerían, pero sus hombres no lo creían mucho. En el
camino, Nobunaga se detuvo delante de un santuario Shinto. Declaró a sus
guerreros:
camino, Nobunaga se detuvo delante de un santuario Shinto. Declaró a sus
guerreros:
-Voy a recogerme y a pedir la ayuda de los kamis. Después lanzaré una
moneda. Si sale cara venceremos, si sale cruz perderemos. Estamos en las manos
del destino.
moneda. Si sale cara venceremos, si sale cruz perderemos. Estamos en las manos
del destino.
Después de haberse recogido unos instantes, Nobunaga salió del templo y
arrojó una moneda. Salió cara. La moral de las tropas se inflamó de golpe. Los
guerreros, firmemente convencidos de salir victoriosos combatieron con una intre-
pidéz tan extraordinaria que ganaron la batalla rápidamente.
arrojó una moneda. Salió cara. La moral de las tropas se inflamó de golpe. Los
guerreros, firmemente convencidos de salir victoriosos combatieron con una intre-
pidéz tan extraordinaria que ganaron la batalla rápidamente.
Después de la victoria, el ayuda de campo del general le dijo:
-Nadie puede cambiar el destino. Esta victoria inesperada es una nueva
prueba.
prueba.
-¿Quién sabe? -respondió el general, al mismo tiempo que le enseñaba una
moneda... trucada, que tenía cara en ambos lados
moneda... trucada, que tenía cara en ambos lados
Zen
Un estudiante de artes marciales se aproximó el maestro con una pregunta. "Quisiera mejorar mi conocimiento de las artes marciales. Además de aprender contigo quisiera aprender con otro maestro para aprender otro estilo. ¿Que piensas de esta idea?"
"El cazador que persigue dos conejos", respondió el maestro, "no atrapa ninguno
Cambio de mente
La figura vestida de negro trepó gradualmente por encima del muro que rodeaba el jardín tranquilo y se dejó caer sin ruido al suelo. Apretó la espalda contra el muro ensombrado y se quedó inmóvil mientras esperaba que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Miró al cielo y dio las gracias a los dioses por haber mandado unas nubes negras para cubrir a la luna.
Mientras su ojos no pudiesen ayudarle, forzó a sus oídos para detectar cualquier sonido de peligro y olfateo el aire para los olores humanos. Satisfecho que los guardias no le habían visto ni oído, se desplazo cuidadosamente a lo largo de la pared, sus sandalias forradas amortiguaron el sonido de sus pasos. Se agarró con una mano a la espada corta, colgada de su espalda, para prevenir que chocara contra las piedras salientes.
A la medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, pudo detectar la silueta de la construcción de madera y tejas de barro que era el palacio del señor de la guerra Nakamura. Había entrado al jardín en su punto más próximo a la casa, pero todavía le faltaba una gran distancia para llegar al lecho del señor Nakamura.
Acercarse a la casa no sería fácil. Aunque estaba escondido en la oscuridad, él sabía que había un estanque grande, salpicado de islitas pequeñas, que debía ser cruzado. El puente estrecho estaría guardado y sería un obstáculo formidable. Y aunque habría árboles alrededor de la ruta que tomara que pudieran seguirle para esconderse, estaría en campo abierto durante la mayor parte de la distancia y podría ser visto si la luna saliera de las nubes.
Escucho los sonidos de los grillos y respiró profundamente el olor dulce de los crisantemos en flor mientras sacaba el alambre delgado y largo del fajín alrededor de su cintura. Mataría esta noche. Mataría más que una vez en este escenario que parecía más apropiado para la contemplación de la vida y la belleza. Se envolvió las extremidades del alambre alrededor de los guantes que cubrían sus manos, se agachó muy bajo y empezó a moverse hacia el palacio.
El señor Nakamura deslizó el panel de la pared de su lecho y miró hacía el jardín oscuro. Ël, también escucho a los grillos y respiró el mismo perfume fuerte de los crisantemos, pero estaba demasiado absorbido con sus propios pensamientos para ser afectado por el sonido y olor agradable.
Se vistió un kimono sencillo blanco que colgó sueltamente sobre su figura macilenta. Su pelo, tan oscuro como la noche, estaba desatado y llegó pasado sus hombros. Sus ojos eran fríos, sus labios delgados y crueles. Su cara era el espejo de sus muchos años como un señor de la guerra. No se reflejaba allí ningún signo de piedad ni compasión.
“Está allí fuera, ¿verdad?” – dijo como si fuera pensando el voz alta.
“Me está mirando en este mismo momento.”
Su samurai más confiado se acerco hacia su señor, manteniéndose cerca de la pared para no ser visto por alguien desde el jardín.
“Es la hora que acordamos, “ –susurró. “Él ha sido bien pagado. Estoy seguro que está allí ya.”
Nakamura cerró el panel y entró de nuevo en la habitación.
“¿No hay ninguna posibilidad que los guardias sepan que viene?, no le deben parar antes de alcanzar esta habitación.”
“Solamente usted y yo sabemos del arreglo, “ – le aseguró el samurai. “Los guardias fuera de su habitación han sido informados que usted había tenido una visión de la muerte y que deben estar aún más alertas. Dentro de poco les llamaré aquí dentro de su habitación y les ordenaré a quedarse conmigo a su lado a lo largo de la noche. También ordenaré que uno de ellos ocupe su cama. No dejaremos nada a la suerte. En lo referido a los guardias del jardín, no les han dicho nada.”
Nakamura indicó su entendimiento con la cabeza mientras se sentaba enfrente del taburete pequeño de vestir cerca de su cama.
“Me ha servido usted bien.” –dijo sin mirar hacia arriba. “Ahora dígame, ¿quién es este ninja que usted ha alquilado para matarme?”.
“Su nombre es Tahishi” –dijo el samurai. “Es de Iga y ha hecho muchas hazañas notables. Era él quien penetró el Kogushu del Palacio Imperial y trajo noticias de los planes del Regente Nobunaga por medio de escuchar inadvertido la reunión que mantuvo con sus señores de la guerra.
“Ha matado muchas veces y ha servido a muchos señores de la guerra. Hasta el propio Nobunaga le ha empleado.“
“Entonces a elegido usted bien al hombre correcto,” –dijo Nakamura. “Es bueno que Nobunaga le reconozca cuando enseñemos su cuerpo y los samurais que ha matado en su intento de asesinato. Nobunaga nunca creería que tan meritorio ninja era parte de un complot diseñado por mi. Tal evidencia le convencerá al Regente que tengo peticiones justas contra el señor Nagamasa. Creerá que Nagamasa mandó a Tahishi a matarme y no se interpondrá en mi camino cuando busque la venganza. Dentro de poco controlare las tierras y riquezas de Nagamasa y estaré el segundo a Nobunaga en el poder. Y tal vez, algún día, mi poder podría exceder al del Regente.
“Solamente siento tristeza,” –añadió Nakamura sarcásticamente, “porque no podré premiar a este meritorio ninja por el gran servicio que me hace al intentar asesinarme.”
Tahishi alcanzó el primer guardia antes que pudiera dar la alarma. La gaza de alambre fina se pasaba por encima de su cabeza y, tirando fuertemente alrededor del cuello, atravesó fácilmente su carne y casi cegó la cabeza del tronco. Una mirada de sorpresa se congeló en la cara del guerrero mientras el ninja le bajó lenta y sigilosamente al suelo. La tranquilidad el hermoso jardín apenas había sido perturbado.
Tahishi retiró el alambre y lo puso alrededor de su cintura debajo de su obi (fajín). No prestó ninguna atención al samurai joven y muerto, cuya sangre filtro de la herida fina y empapo la tierra. Esta muerte ya era del pasado. Nunca más debería ser considerado. Ahora él debía ocuparse solamente del próximo obstáculo.
El segundo guardia estaba más alerta. Estaba situado cerca del puente que cruzaba el estanque, su cabeza moviéndose lentamente de un lado para otro a la medida que escudriñaba el jardín, su mano derecha posaba encima de la empuñadura de su espada larga. Era un hombre grande con hombros fuertes y anchos. Será un oponente formidable, pensó Tahishi, uno que a lo mejor no podría vencer en un combate libre. La astucia, no la fuerza, sería necesaria para conquistar a este hombre.
Escondiéndose detrás de los cipreses, Tahishi podía acercarse hasta unos diez metros del guardia. El estanque prevenía que el ninja pudiera rodearle. Y no podía acercarse de frente sin ser visto. Habrá que desviar su atención y luego cruzar estos últimos diez metros antes de que pueda recuperarse el samurai.
Rápida y silenciosamente el ninja se desnudó. Eligió de su arsenal dos shaken y una navaja afilada, que colocó en sus dientes. Se preparó contra el árbol que le escondía, apuntó cuidadosamente y envió el primer shaken silbando hasta el poste del puente, cerca de la cabeza del samurai. Asustado, el guardia giró hacia la dirección del ruido, presentando así la parte trasera de su cabeza a Tahishi.
Un instante después, el segundo shaken salió de la mano del ninja... y logró su objetivo, el área blanda del cuello a la base del cráneo del samurai.
Tahishi empezó a correr al momento que la estrella puntiaguda estaba en el aire. El ninja sabía que los shaken no mataban. El choque inicial pasará rápidamente y el samurai podría recuperase suficientemente para pedir socorro. Debe ser detenido silenciosamente y deprisa. El grito no debe salir de su garganta.
Tahishi se dirigió rápidamente a través del claro y saltó encima de la espada samurai, una mano cercando su cabeza para tapar la boca, mientras la otra mano llevo la navaja afilada al cuello. El cuerpo del samuirai se estremeció violentamente a la medida que su vida surgió de la herida. Sus brazos se sacudieron frenéticamente mientras intentó librase del ogro invisible de su espalda, pero Tahishi aguantó con toda su energía, manteniendo tapada la boca del samurai mientras su fuerza disminuía para que el único ruido que escapara de su cuerpo fuera el gorgoteo grave y suave de la muerte.
Tahishi se cayó agotado al lado del cuerpo de su segunda victima. Sintió unas dolencias agudas en su pecho y hombros y se dio cuenta que también tenía heridas. El shaken clavado en el cuello del samurai había hecho unos cortes profundos en sui cuerpo durante la lucha.
Baño sus heridas en el agua fresca del estanque y aplicó unas hiervas curativas que llevaba consigo antes de vestirse. Ahora deseaba que su misión hubiera terminado. Le hubiera gustado dejarlo ya pero había hecho su juramento y le había pagado bien.
Cruzando el puente, Tahishi atravesó la distancia hasta el palacio muy velozmente y sin interferencias. El lecho de Nakamura era fácil de localizar. Le había informado con exactitud el samurai le pagó pos sus servicios.
Se arrastró cerca de la delgado pared y se tumbó postrado durante mucho rato, escuchando con sus oídos entrenados para los ruidos que emanaban de la habitación. Cuando niño, había pasado muchos meses retirado en los bosques y había desarrollado un sentido tan agudo de audiencia que podía escuchar con facilidad el ruido de una hoja cayéndose o de un pequeño insecto gateando sobre una hoja de hierva.
Mientras escuchaba, oyó la respiración rápida que alguien al izquierda de la entrada del jardín al lecho. Era demasiado acelerada para ser alguien que dormía. De la derecha oyó el ruido del cambio de postura. Había más de una persona en la habitación. Había otros ruidos, más tenues, desde otras partes del lecho. Eran tres, cuatro, no, cinco personas en la habitación. Todas despiertas. Todas alertas. Todas esperándoles. Era una trampa.
El número de oponentes nunca le había importado a Tahishi. Se había enfrentado y vencido a mayores ventajas en sus comisiones en el pasado. Pero había estado preparado en aquellas ocasiones. Esta situación nueva le cogió totalmente por sorpresa. No había esperado la traición. Y ahora su mente corría par encontrar la forma de completar su misión con éxito y vivir.
Estarán descalzos, se dijo así mismo, para moverse silenciosamente. Y si hay alguien ocupando la cama en la habitación, no será Nakamura. No se arriesgaría tanto, aún con cuatro hombres para protegerle. Por supuesto Nakamura estaría allí para atestiguar mi muerte, pero buscará su refugio en el rincón de la habitación más alejado de la entrada y la cama, y tendrá, muy probablemente, su samurai más fiel a su lado para defenderle en el supuesto que algo falle en su plan.
Entonces serán tres los que habrá que considerar: uno en la cama y uno a cada lado de la entrada al jardín. El de la cama se quedará allí para llamarme la atención cuando entre en la habitación. Entonces el ataque vendrá desde los dos de la puerta. Tendré que eliminarles primero. Luego tendré que deshacerme del de la cama antes que pueda ponerse de pie. El samurai que custodia al Nakamura será el próximo y por último eliminaré al gran Señor.
Desde la gran bolsa de tela que colgaba de su hombro, Tahishi retiró diez idagama, pelotas redondas con muchos puntos afilados, cada uno tratado con un veneno mortal. Los colocó en un diseño en el suelo delante de la entrada.
Silenciosamente y cuidadosamente, se subió arriba, debajo de los aleros del techo bajo que cubría el portal. De la chaqueta de su gi, sacó una cerbatana de junco, corta y delgada, e insertó un dardo venenoso en un extremo. Colocando la cerbatana en su boca y agarrandola con los dientes, luego sacó su espada corta de la vaina atada sobre su espalda. Había una cosa más que hacer antes de entrar en acción. Puso su navaja en la manga derecha para que cayera en su mano al sacudir su muñeca.
Ahora estaba listo.
Enganchando sus piernas alrededor de una viga de cedro en los aleros, bajaba hasta que colgaba con su cabeza hacía el suelo y que pudiera alcanzar el panel de la entrada, 30 cm. Por encima de ellos. Asiéndolo con fuerza, dejó escapar entres sus dietes cerrados, un grito horripilante y arrancó la puerta abierta.
Se levantó presurosamente mientras los dos samuráis que guardaban la entrada, se precipitaron al jardín para encontrar al intruso. Lo único que encontraron fueron las mortalmente envenenadas idagamas que cortaron sus pies indefensos. Mientras gritaban en su agonía. Tahishi se basculaba hacia abajo hasta la puerta abierta, colgándose como un mono por su rabo, sus agudos ojos encontraron la cama y el sorprendido samurai dentro, apoyándose en su codo. Agarró la cerbatana entres sus dientes, apuntó rápida pero cuidadosamente y envión un dardo venenoso al ojo abierto del guerrero.
Adentrándose en la sala, con su espada en la mano izquierda, Tahishi rodó a través del suelo, sacudiendo su muñeca para poder coger el punto de la hoja de su navaja entres los dos primeros dedos y el pulgar de su mano derecha.
Sus ojos agudos pronto localizaron al señor Nakamura en el rincón más alejado de la habitación, agachándose tras el samurai restante. El brazo derecho de Tahishi cortó el aire y su navaja se enardezó de un lado a otro de la habitación y se hundió en el pecho ancho del guardia.
Terminó la acción en segundos. Cuatro hombres muriéndose o ya muertos, y Nakamura impotente y a su merced.
Tahishi cruzó la sal velozmente, su espada corta alzada para matar. Nakamura se apretó al rincón, buscando un refugio que no existía, sus ojos dilatados por el miedo.
“No puede matarme,” -chilló. “Usted está a mi servicio. Fui yo quien le pagó. Le ordenó que baje su espada.”
Tahishi sonrió mientras indicó con la cabeza al samurai muerto tumbado a los pies de Nakamura.
“Su sirviente me pagó bien, y, de acuerdo, estoy a su servicio. Acepto su cambio demente y no le mataré, tal y como me ha ordenado, para que puedo, de buena fe, retener sus honorarios por mis servicios.“
“Sin embargo.” –continuó Tahishi mientras bajo la espada encima de la cabeza y defensa del señor de la guerra, “también el señor Nagamasa me ha pagado bien, y sus ordenes son que usted debe morir.“
Viejo Samurai
Jingaro sentado confortablemente delante de la chimenea se encontraba rodeado por sus juveniles nietos. Había servido en el Ejército del Emperador por largos 20 años recibiendo los más altos honores por sus meritorios servicios en los campos de batalla. Comenzó como simple soldado hasta convertirse en sabio y respetado consejero no sólo en asuntos militares sino de alta política.
Ahora, cargado de medallas y de años, pasaba las horas recordando su vida y experiencias para sus traviesos nietos, los cuales se deleitaban al escuchar las entretenidas historias, las cuales enriquecían su cultura y conocimientos, claro está, a menudo interrumpían a su abuelo consultándole acerca de tantas parábolas. Como el caso, cuando uno de sus nietos exclamó... ¡Abuelo, no puedo comprender el sentido!
-¿Qué es lo que no entiendes Hara... replicó el venerable anciano.
-¿Por qué abuelo el Samurai, confió en el otro hombre... Cómo podía saber que era una buena persona... Es que algunas veces debemos usar otros caminos, si queremos tener éxito en nuestras apreciaciones.. Abuelo? ¿Cómo puedes conocer lo que no se puede ver?
-¿Qué es lo que no entiendes Hara... replicó el venerable anciano.
-¿Por qué abuelo el Samurai, confió en el otro hombre... Cómo podía saber que era una buena persona... Es que algunas veces debemos usar otros caminos, si queremos tener éxito en nuestras apreciaciones.. Abuelo? ¿Cómo puedes conocer lo que no se puede ver?
El anciano lo tomó afectuosamente, lo atrajo hacia sí y le acarició su cabeza mientras le decía...
-Cierra tus ojos, querido hijito. -ordenó Jingaro-. Ahora dime ¿puedes verme?
-¡No, abuelo!, exclamó el niño.
-Pero tú sabes que yo estoy aquí, respondió Jingaro.
-Cierra tus ojos, querido hijito. -ordenó Jingaro-. Ahora dime ¿puedes verme?
-¡No, abuelo!, exclamó el niño.
-Pero tú sabes que yo estoy aquí, respondió Jingaro.
Los niños soltaron la risa abriendo los ojos y exclamando:
-Por supuesto que lo sabíamos, nosotros te vimos antes de cerrar los ojos, además podíamos escucharte.
-Pero aún sin verme u oírme, yo estaría aún aquí... respondió el anciano.
-Por supuesto que lo sabíamos, nosotros te vimos antes de cerrar los ojos, además podíamos escucharte.
-Pero aún sin verme u oírme, yo estaría aún aquí... respondió el anciano.
Los jóvenes asintieron con la cabeza.
-Y ahora, díganme ¿de qué otro modo podían saber que yo me encuentro aquí?
-Y ahora, díganme ¿de qué otro modo podían saber que yo me encuentro aquí?
El silencio fue la respuesta. Sólo después de transcurrido un tiempo, la voz de Hana se escuchó... "Yo creo que podría sentir que estás cerca de nosotros, abuelo".
-¿Qué tratas de decirme...?, respondió Jingaro.
-¡Qué puedo verte aún con los ojos cerrados, abuelo!
-¿Qué tratas de decirme...?, respondió Jingaro.
-¡Qué puedo verte aún con los ojos cerrados, abuelo!
Los otros niños empezaron a reírse, pero el anciano con un gesto los detuvo.
-Escuchen mis hijos. Existen muchas maneras de conocer cosas sin verlas con los ojos o escucharlas en nuestros oídos. Estas habilidades son importantes. Pero valiosas... por ejemplo, el Alma... si ustedes se esfuerzan concentrándose correctamente pueden llegar a desarrollar un nuevo tipo de visión. Entonces ustedes estarán más allá de los límites de vuestros ojos y oídos.
-Escuchen mis hijos. Existen muchas maneras de conocer cosas sin verlas con los ojos o escucharlas en nuestros oídos. Estas habilidades son importantes. Pero valiosas... por ejemplo, el Alma... si ustedes se esfuerzan concentrándose correctamente pueden llegar a desarrollar un nuevo tipo de visión. Entonces ustedes estarán más allá de los límites de vuestros ojos y oídos.
Habían transcurrido varios días de aquella conversación, cuando Jingaro, sentado en su silla preferida reparaba una antigua arma; su pelo gris y cara surcada de arrugas reflejaban los años de dura labor, y aunque pasaba los 60, el viejo Samurai aún lucía el vigor y la energía de hombres mucho más jóvenes.. Los quietos pensamientos del anciano fueron de improviso interrumpidos por los gritos de su nuera y los relinchos de numerosos caballos que se acercaban.
-¡¡¿Qué está sucediendo?, preguntó secamente el anciano... ¡Qué pasa... pero qué es lo que ocurre?, inquiría una y otra vez. Luego, dirigiendo la vista al patio, sólo vio oscuridad.
De pronto su nuera, gimiendo y llorando, entró al cuarto y llena de angustia exclamó.
-¡Abuelo... abuelo! Por favor, cuide a los niños... Monjiro y sus bandidos han venido a robarnos, pero no sólo se llevaron el dinero, también han tomado prisioneros a Hana y han colgado a mi esposo y se aprestan a asesinarlo... Colgándose de las ropas del anciano, le suplicó ¡Debes tomar los niños y correr tratando de salvar sus vidas!
-¡Abuelo... abuelo! Por favor, cuide a los niños... Monjiro y sus bandidos han venido a robarnos, pero no sólo se llevaron el dinero, también han tomado prisioneros a Hana y han colgado a mi esposo y se aprestan a asesinarlo... Colgándose de las ropas del anciano, le suplicó ¡Debes tomar los niños y correr tratando de salvar sus vidas!
Jingaro comprendió que la huida no era el camino correcto, reacciono como había sido entrenado años atrás. Instintivamente tomó su arma que colgaba en la pared. Luego se dirigió al exterior. Aún en ese momento crucial, para el anciano fue un agrado tomar nuevamente su arma (Kama-Hoz), de cuyo extremo pendía una cadena (Kusarigama). Jingaro escuchó los lamentos de la familia de su hijo y la terrible risa de los bandidos. El cielo estaba oscuro y caminó rápidamente al centro del patio. De inmediato voces a su alrededor cesaron y todos dirigieron su atención hacia el anciano que erguido los observó lentamente uno a uno.
-¡¡¡Viejo -exclamó en forma burlona uno de los bandidos-. ¿Qué crees tú que puedes hacer con esa arma? Los ancianos no pueden combatir y ni siquiera puedes ver de noche... esa arma que traes necesita ser usada por un guerrero diestro, no por un anciano decrépito.
-¡¡¡Viejo -exclamó en forma burlona uno de los bandidos-. ¿Qué crees tú que puedes hacer con esa arma? Los ancianos no pueden combatir y ni siquiera puedes ver de noche... esa arma que traes necesita ser usada por un guerrero diestro, no por un anciano decrépito.
Jingaro, sin perder la calma, murmuró. "Tomen lo que desean y dejad mi familia en paz. Si Uds. rehúsan hacerlo tendré que matarlos". Dos de los hombres se acercaron ondeando sus espadas sobre la solitaria figura, pero cuando se encontraban a una distancia adecuada, Jingaro atacó con su Kusarigama y en forma simultánea golpeó a uno de ellos en el cuello con la cadena y al otro hirió mortalmente con la hoja afilada de su Kama (Hoz). Los dos hombres cayeron heridos de muerte y nuevamente la voz del jefe de los bandidos se escuchó: "Así que eres un verdadero guerrero. Lamentablemente para tí está demasiado oscuro y nos hubieras dado muchos problemas de haber contado con la claridad necesaria. Quedamos cuatro hombres, y todos tenemos excelente vista. Prepárate a morir anciano."
Jingaro no replicó y se preparó para el siguiente ataque, escuchando cuidadosamente los movimientos de sus enemigos. Rápidamente tres de ellos tomaron posiciones rodeándole, él respondió haciendo girar su cadena; en pocos segundos el extremo de la cadena se había convertido en un peligroso proyectil que giraba a una velocidad increíble. Jingaro haciendo un movimiento con su brazo hizo que la cadena alcanzara a su adversario más próximo, al cual destrozó la cara, luego saltando al costado, el veterano combatiente enrolló la cadena alrededor de la espada de uno de los bandidos y haciéndole perder el equilibrio lo atrajo hacia él, matándole con la afilada hoja de su Kama. Antes que pudiese retomar su Kusarigama, el tercer asesino asestó un terrible golpe con su espada en la espalda del anciano Jingaro, sintiendo que el frío acero invadía su cuerpo, recorrió a sus muchos años de Yoroikumi-Uchi y volviéndose rápidamente con un poderoso movimiento envolvente, con sus piernas derribó a su sorprendido adversario para después, con veloz movimiento de su corta espada, terminar la técnica abriendo el cuello a su enemigo. Jingaro cubierto de sangre y mortalmente herido, enfrentó al líder de los bandidos Monjiro, el cual expresó: "Has llegado al final del camino, anciano guerrero". Luego montando su caballo cargó contra el anciano, el cual lo esperaba con su ensangrentada Kusarigama. Monjiro a medida que se acercaba blandía furiosamente su espada, pero Jingaro presintiendo el ataque, saltaba en el último instante, evitando así los terrible golpes; el caballo volví una y otra vez, pero el anciano, el cual llegando casi al límite de sus fuerzas, dobló sus rodillas en el suelo esperando el último y decisivo ataque.
Al verlo arrodillado el bandido se acercó y levantando su espada se aprontó a descargar el último y mortal golpe. Jingaro decidido a salvar su familia y su honor de Samurai, reuniendo sus últimas energías se levantó lentamente del suelo mientras escuchaba el galope del caballo que se acercaba y en el momento apropiado evitó el ataque de la espada del bandido; luego con su cadena alcanzó el brazo del atacante derribándole del corcel y finalmente con un golpe con la empuñadura de madera de su arma eliminó al último de sus enemigos.
Jingaro permaneció parado por breves instantes saboreando su más importante triunfo en su larga y brillante carrera de guerrero. Su hijo, nuera y nietos que se habían liberado de sus ataduras, lo alcanzaron en el preciso instante que se desplomaba al suelo. Jingaro trató de ver el cielo pero solamente vio tinieblas; los nietos lloraban desconsoladamente, pero el anciano sonriendo, expresó: "Niños, por favor, recuerden lo que les he dicho, deben de tratar de ver más allá de sus ojos, cierren los ojos y escuchen mi corazón".
Entonces, Jingaro, ese anciano guerrero que había perdido la vista desde hacía más de 20 años, cerró sus ojos por última vez. viernes, 22 de agosto de 2014
Taesungkwan
PUEDE SER
Un granjero vivía en una pequeña y pobre aldea. Sus paisanos le consideraban afortunado porque tenia un caballo que utilizaba para labrar y transportar la cosecha. Pero un día el caballo se escapó. La noticia corrió pronto por el pueblo, de manera que al llegar la noche, los vecinos fueron a consolarlo por aquella grave pérdida:
¡Qué mala suerte has tenido!. La respuesta del granjero fue un sencillo: Puede ser.
Pocos días después el caballo regresó trayendo consigo dos yeguas salvajes que había encontrado en las montañas. Enterados los aldeanos acudieron de nuevo, esta vez a darle la enhorabuena y comentarle su buena suerte, a lo que él volvió a contestar: Puede ser.
Al día siguiente, el hijo del granjero trató de domar a una de las yeguas, pero está lo arrojó al suelo y el joven se rompió una pierna. Los vecinos visitaron al herido y lamentaron su mala suerte; pero el padre respondió otra vez: Puede ser.
Una semana más tarde aparecieron en el pueblo los oficiales de reclutamiento para llevarse a los jóvenes al ejercito. El hijo del granjero fue rechazado por tener la pierna rota. Al atardecer, los aldeanos que habían despedido a sus hijos se reunieron en la taberna y comentaron la buena estrella del granjero, más este, contesto nuevamente: Puede ser.
Zen-Samurai QUIEN HACE EL RUIDO
Era un Maestro Chan, que apenas era visitado por aspirante espiritual alguno, pues se había ganado la fama de ser severo debido a sus métodos de enseñanza. Pero un día llego a la ciudad un buscador de otro lugar muy distante del país y quiso probar si se trataba realmente del Maestro que decían.
-No soy fácilmente impresionable- dijo con cierta presunción a quienes le advirtieron.
Se presento ante el Maestro. Cuando el Maestro lo vio, antes de intercambiar palabra alguna, estallo en una carcajada. El aspirante se sirvió de su autocontrol para no demostrar incertidumbre. El Maestro estaba tomando un té aromático.
-Siéntate- le ordeno al recién llegado
-Siéntate bien, erguido y no como una gallina clueca y estúpida.
Hubo una pausa. El té estaba humeando y esparciendo su exquisito aroma.
-¿Deseas algo?
El visitante dudo. Empezaba a sentirse incomodo.
-¿Puedo tomar un poco de té?- Pidió
De repente. El Maestro arrojo un chorro de té hirviendo sobre el visitante. El liquido le quemaba como acero candente donde caía en su cuerpo.
-¿Es esta la forma de tratar a un visitante?
-Te he dado lo que me has pedido, contesto el maestro, después de esto cerro los ojos y se sumergió en una meditación.
El aspirante hizo lo mismo y entro en meditación.
-¡Cuanta paz y tranquilidad!, se decía mentalmente, sintiendo una atmósfera de quietud en el recinto.
De repente, un violento bofetón le hizo emerger de aquel éxtasis. Se aferró de su autocontrol para no devolverle el golpe. Cuando fue a protestar, el Maestro le pregunto:
-¿De donde ha surgido el ruido? ¿De la mano o de tu mejilla?-
El aspirante dudo durante una fracción de segundo, cuando otra bofetada no menos fuerte golpeo su rostro de nuevo.
-¡Contesta!, grito el Maestro.
-¿De donde sale el ruido?¿Quién lo produce? ¿La mano o la mejilla?
Se trataba de un genuino buscador, y respondió así:
-¡De la mente!
Por supuesto; se refería al ruido de la rabia, humillación y orgullo herido que habían brotado de su interior al sentir las burlas y los golpes del Maestro.
-Haz avanzado, dijo ahora cariñosamente el Maestro, captando el contenido real de la respuesta.
-Quédate y transita tomado de mi mano hasta cuando lo desees, el camino de la búsqueda sincera hacia la auto superación.
...Y así sucedió, aquel aspirante eventualmente alcanzo un elevado nivel de conciencia y se convirtió en un gran Maestro.
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