martes, 3 de septiembre de 2019

MI ALMA TIENE PRISA

Lealtad con uno mismo.


Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora…
Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.
Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
No tolero a manipuladores y oportunistas.
Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.
Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.
Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…
Sin muchos dulces en el paquete…
Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.
Que sepa reír, de sus errores.
Que no se envanezca, con sus triunfos.
Que no se considere electa, antes de hora.
Que no huya, de sus responsabilidades.
Que defienda, la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas…
Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñó a crecer con toques suaves en el alma.
Sí… tengo prisa… por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.
Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan…
Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.
Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una.

Andarde
Mário de Andarde (Sao Paulo 1893 – 1945)
Poeta, novelista, ensayista y musicólogo
Fue uno de los fundadores del modernismo brasileño


La psicoterapia y el zen son muy diferentes, pero persiguen un objetivo común: iluminar el inconsciente.

Hasta que el inconsciente no se haga consciente, el subconsciente dirigirá tu vida y tú le llamarás destino.
Carl Jung era una especie de arqueólogo del ser: buscaba en lo más hondo de la mente las maneras de desbloquear el inconsciente. Esa misma inquietud la encontró en una práctica de más de 2,000 años de existencia, al otro lado del mundo: el budismo zen.
En su libro de 1957 The Undiscovered Self, Jung intenta responder a la pregunta de cómo un ser individual puede realizarse sin “disolverse” en los demás, y lograr conservar su individualidad. En el budismo zen descubrió un concepto para esa realización llamado satori,una especie de iluminación de la conciencia sobre la cual Jung ahonda en el prefacio que hace al libro de D. T. Suzuki, An Introduction to Zen Buddhism.

El satori en el zen y el desbloqueo del inconsciente de Jung

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La psicología de Jung veía que la posibilidad de la realización en la sociedad occidental estaba en la examinación e introspección del propio ser. De esta manera se puede llegar al inconsciente que, de acuerdo con Jung, es “la única fuente accesible para una experiencia religiosa”, pero no en el sentido de encontrarse con alguna entidad divina, sino con lo más profundo del “yo”. Una de las maneras más conocidas para hurgar en la mente que propuso la psicoterapia era mediante la examinación de los sueños.
En cambio, para el budismo zen, alcanzar el satori (la sabiduría sin la cual no existe el zen, según Suzuki) es sólo posible mediante un profundo compromiso y una gran disciplina, que los monjes budistas practican mediante el zazen, o “meditación estando sentado”. El principal objetivo de ésta es llegar a una experiencia básica en el budismo, que es el anātman o “no-ser”: un estado de plena conciencia sobre lo universal de nuestro ser, que es indivisible de la vida que le rodea.
Satori es, de hecho, una cuestión de ocurrencia natural; algo tan sencillo que uno falla cuando sólo ve el bosque sin ver los árboles.
El zen es, de hecho, uno de los retoños más hermosos del espíritu chino.
Según las enseñanzas de Buda (quien transmitió el conocimiento del zen, precisamente, mediante una flor), la idea del “yo” es algo imaginario: una creencia falsa que no tiene correspondencia con la realidad y que produce pensamientos dañinos en torno a uno mismo. Deseos egoístas, ansiedad, odio, orgullo y otros problemas e impurezas son producidos por la idea del individuo. En el budismo, en cambio, se trata de una concepción del individuo como parte de una unidad (el cosmos) que, para Jung, ni la religión ni los conceptos filosóficos de Occidente permitirían comprender.
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La única forma de desembarazarse del ser en el pensamiento de Occidente (sumamente racional) es sacrificándolo a un dios. En cambio, el budismo zen es una experiencia donde se trabaja en aras de la liberación de la individualidad, lo que puede llevar al budista a realizar, por ejemplo, la transmigración. En el zen, esto va más allá de Buda, quien más bien representa una forma de cultura espiritual, sin ser él mismo la divinidad suprema a la cual el practicante del zen pretende llegar mediante el satori.
Es fácil comprender por qué Jung estaba fascinado por el pensamiento del lejano Oriente y el zen (como otros grandes escritores). Veía en éste importantes manifestaciones culturales y arquetipos que, creía, no podían pasarle desapercibida a la disciplina psicológica: una suerte de “curación espiritual” cuyos conceptos (como el anātman o el satori) no tenían que ser experiencias comprobadas por ninguna disciplina.
Según Jung, para comprender profundamente el zen se le debe entender como una práctica de perpetua expectación, y no de resultados ya comprobados o esperados. Por eso, Jung concluye el prefacio de esta inspiradora manera:
El zen demanda inteligencia y fuerza de voluntad, así como todas las grandes cosas que desean convertirse en realidad.
A su manera, tanto la disciplina de Jung como el zen buscan lo mismo, pero por diferentes medios y bajo distintas concepciones. Por su parte, el concepto del satori quizá permanezca por siempre misterioso para nosotros, pero la labor de difusión que Jung y otros pensadores han hecho del zen nos acerca a un pensamiento que no puede sino nutrir nuestro espíritu.


* Referencias: Masao Abe, The Self in Jung and Zen (Eastern Buddhist Society).