lunes, 21 de diciembre de 2020

TAO y ZEN HUGO ARIEL CASCIA

 Así como el budismo zen ha influido tremendamente en el arte de oriente y, durante el siglo XX, también en el arte occidental, el taoismo influyo dramaticamente sobre el budismo zen y su arte. Artistas abstractos como Barnett Newman, escritores como Jack Kerouac, músicos como John Cage y movimientos artísticos enteros como Gutai y Fluxus, fueron profundamente influidos por la filosofía zen.

Desde sus comienzos el zen tuvo un fuerte vínculo con las artes, puesto que las consideraba parte importante de la práctica budista. Esta vez analizaremos de qué forma se abordan las artes en el zen y el taoísmo, a la vez que distintos paralelismos que existen entre estas formas de pensamiento y distintas líneas del pensamiento artístico occidental.

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La llegada del zen a China

El budismo zen llego a China hace dos mil años. Existe constancia de que ya en el 65 d.C. una comunidad de monjes budistas vivía bajo la protección real en la zona norte de la república de Kiangsu, y resulta probable que los primeros monjes ya estuvieran ahí desde al menos cien años antes.

El budismo llegó a China desde India, donde se había extendido ampliamente. Sin embargo, al llegar el budismo a China y extenderse a través de su territorio, se topó con circunstancias muy distintas a las de India. En primer lugar, el clima de China era muy distinto, cosa que tuvo como consecuencia que algunas de las formas de práctica budista -pensadas para las condiciones de India- no eran óptimas para las circunstancias chinas.

A esto último se sumó que en China existían distintas prácticas espirituales indígenas, así como aproximaciones filosóficas de las mismas. Éstas, por supuesto, influyeron profundamente en el budismo zen y viceversa.

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Diferencias entre el budismo tradicional y el chino

La norma originaria de los practicantes de budismo de India era de monjes mendicantes. No se recomendaba que los monjes trabajaran, sino que debían mendigar su sustento. Así mismo, no debían tener posesiones y muchas veces, en lugar de tener un hogar fijo, viajaban constantemente.

Conforme el budismo fue extendiéndose hacia el norte de China y el clima se volvía cada vez más frío, algunas de estas convenciones previas se volvían, no sólo imprácticas, sino suicidas. Ser monje mendicante en las areas más frías de china durante otoño e invierno, sin posesiones, ni hogar y rodeado de nieve no era una tarea realista.

Esto tuvo como consecuencia que los practicantes budistas comenzaron a trabajar para sostenerse y poder continuar con sus prácticas de meditación. La filosofía indígena de la zona, el taoísmo, fue un inmenso apoyo para esta transición que sufriera el budismo y, a su vez, fue de esta filosofía de donde posteriormente surgiría el énfasis en las artes que encontramos en el budismo zen.

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El taoísmo y el trabajo

Que los monjes budistas se vieran obligados a trabajar los forzó también a encontrar en el trabajo una forma de práctica espiritual. Infinitamente afortunado para ellos fue que el taoísmo encontraba en el trabajo una de sus prácticas meditativas más significativas.

Los taoístas encontraron en la acción, y especialmente en el trabajo, una actividad que implica el desarrollo de habilidades específicas; una forma de unirse con la totalidad de la existencia y de fluir con el cosmos, en lugar de en su contra.

A esto le llamaron Wu Wei y es a lo que la filosofía taoísta apunta como práctica de meditación y a su vez como filosofía de vida.

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Esfuerzo sin esfuerzo

Todo aquel que lleve pintando algunos años, o haciendo alguna otra forma de arte desde hace algún tiempo, ha experimentado alguna vez lo que llaman "estar en la zona". Un momento del acto creativo en el cual todas nuestras acciones y movimientos se vuelven espontáneos, aparentemente carentes de esfuerzo y asertivos.

En este lugar pareciéramos saber exactamente qué color debemos usar, la cantidad de pintura, el instrumento correcto y el momento adecuado para lograr justo lo que nuestro instinto pide en el momento. Ese estar en "la zona" es muy similar a lo que los antiguos taoístas llamaban Wu Wei: un momento en el cual fluyes de forma perfectamente armónica con tu entorno, respondiendo a él de manera natural, a la vez que el entorno responde a ti como si fueran una misma entidad.

Sin embargo, Wu Wei posee diferencias con el estado de "zona". Zona es un estado que no necesariamente es voluntario y, por lo mismo, aquel que lo alcanza suele salir después de este estado sin tener control alguno sobre el mismo. En cambio, la intención de alcanzar Wu Wei era para el taoísmo poder mantenerse ahí indefinidamente y, a su vez, llevarlo a todos los aspectos de la vida.

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Wu Wei y cómo llegar a él

Wu Wei literalmente se traduce como "no tratar" o "no hacer", mas no se trata de inactividad. Se refiere a un estado mental dinámico, sin esfuerzo, espontáneo y desinhibido. Las personas que llegan a Wu Wei sienten como si no estuvieran haciendo nada, mientras que a la vez pueden estar realizando una obra de arte sobresaliente.

En la literatura china se dice que Wu Wei se consigue de dos maneras: A una le podríamos llamar el sistema de Confucio y a la otra el método de Lao-Tse.

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El Wu Wei de Confucio

Una de las formas en que el Taoísmo considera posible acceder al estado mental Wu Wei es por medio del estudio y la práctica de sistemas o técnicas que han sido desarrolladas y pulidas por muchas personas previas a nosotros. Esto es porque una sola persona, por sí misma, no puede esperar reproducir por su cuenta la sabiduría heredada que ha sido construida por una gran cantidad de personas previas a ella.

Respecto a esto Confuicio decía: " Una vez estuve pensando todo un día sin probar bocado y una noche entera sin dormir, pero no me trajo ningún beneficio. Hubiera sido mejor para mí pasar ese tiempo estudiando y aprendiendo."

En el Xuanzi se dice esto de otra manera:

"Alguna vez me paré en las puntas de los dedos de mis pies para ver hacia la distancia, pero dicha vista no fue tan buena como aquella que se consigue tras escalar una montaña. Subir una montaña no hace nuestros brazos más largos, pero pueden ser vistos desde mucho más lejos; gritar con la corriente del viento no hace nuestra voz más potente, pero puede ser escuchada más claramente, alguien que toma prestado un carruaje y caballos no mejora el poder de sus propias piernas, pero puede viajar mil millas... Ningún individuo nace distinto de otras personas, - sólo se es bueno tomando prestadas cosas externas."

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La espontaneidad tras el dominio y las academias de arte

La forma en que se logra Wu Wei a la manera de Confucio es mediante el dominio de una técnica. Un sistema predeterminado de procesos específicos, que muy probablemente adquirimos en su mayoría de otras personas.

Esta forma de pensar me recuerda en gran medida a la historia del arte occidental desde el bajo Renacimiento hasta el Barroco tardío. El Renacimiento tardío, que es sin duda uno de los momentos más interesantes que el mundo ha vivido en términos de arte, es producto de muchos siglos previos de acumulación de conocimientos.

Las grandes obras de arte del momento requerían muchas técnicas y conocimientos distintos para poder ser logradas. Un pintor debía saber de:

  • Dibujo
  • Anatomía
  • Geometría
  • Perspectiva
  • Temple
  • Óleo
  • Fresco
  • Imprimaturas
  • Telas
  • Pigmentos
  • Color
  • Claroscuro
  • Grisallas
  • Veladuras
  • entre otras

Naturalmente, todo ese conocimiento no se logró en un período corto de tiempo, sino que fue la suma de muchos siglos de experimentación técnica de un gran numero de pintores, e inclusive de personas de otros oficios.

De hecho, el concepto antiguo de arte tenía justamente que ver con todos los saberes implicados en un oficio. Las artes menores, como eran conocidos los oficios, implicaban un gran número de conocimientos para ser ejercidas con maestría. Sin embargo, las bellas artes requerían de un refinamiento y una comprensión mucho mayor, puesto que en muchos sentidos eran oficios complejos que unificaban varias disciplinas dentro de una disciplina nueva.

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El Wu Wei de Lao-Tse y la negación de la técnica

Como ya mencioné, existe otra forma de pensar el cómo es posible alcanzar el estado de Wu Wei. Esta forma de pensar tiene su principal bastión intelectual en la obra de Lao-Tse y, curiosamente, es completamente contraria a la forma de pensar de Confucio y sus seguidores.

Se dice que Confucio pensaba al individuo como un bloque de piedra en bruto que debía ser tallado y pulido para así lograr manifestar las cualidades sublimes del ser. En cambio, Lao-Tse consideraba que debíamos abrazar el bloque de piedra sin pulir y en su estado natural. Entre más nos liberáramos de la necesidad de refinamiento, técnica y estructura, más nos acercaríamos a la esencia de la naturaleza: el camino, el corazón del Tao. La actividad en el sistema de Lao-Tse tenía que ver con conectar con nuestros instintos profundos, con nuestra naturaleza interna y con permitir que nuestras acciones dirijan sin oponer resistencia alguna.

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El artista Nam June Paik usa su cabeza para crear una imagen sobre una hoja de papel colocada sobre el piso, Noviembre 30, 1961 en Wiesbaden

Algo que destaca de la forma de pensar de Lao-Tse es que, pese a su énfasis en la espontaneidad y en dejar de tratar siquiera de seguir convenciones, el refinamiento intelectual de su filosofía, como puede ser visto en el Tao Te King, es muy alto, cosa que en cierto sentido parecería contraria a aquello que predica.

Esto me hace pensar en el nacimiento de las vanguardias artísticas, particularmente en sus antecedentes. Por ejemplo está el caso de Manet, quien fue el detonador clave para las vanguardias en las artes plásticas y en quien vemos a un artista que pasaba todo el tiempo que podía en el Louvre. Como lo cuenta la historia, Manet pasaba muchas horas al día, varios días a la semana en el museo viendo obras.

Este hábito hizo que Manet tuviera un amplio conocimiento de la pintura en cuanto a técnica, motivos, artistas y la historia del arte occidental en general. Algo interesante es que lo que surgió de esta práctica no fue un individuo apasionado por seguir rigurosamente las reglas académicas del arte, las cuales se proclamaban a sí mismas como las herederas únicas de la tradición de la pintura europea. Lo que surgió de este hábito fue, en realidad, un artista capaz de cuestionar la postura de la pintura académica con bases concretas provenientes de un compendio de información enorme.

Fue esta misma información la que le dio a Manet las herramientas para formular una visión personal del arte que, si bien se valía de lo que otros habían construido previamente, no se interesaba por la imitación literal. Su visión era, en cambio, una respuesta a una postura propia que surgió de la inspiración que le daba el estudio mismo.

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La influencia de taoísmo y confucianismo en el zen

El chan (zen chino) curiosamente está en un punto intermedio entre ambas filosofías del las cuales abrevó tras la llegada del budismo a China.

El zen es una tradición monástica bastante estricta que enfatiza la disciplina en cuanto al cumplimiento de las normas y estatutos de la tradición. Sin embargo, también es una tradición que valora con el mismo ahínco la completa liberación mental de lo trivial, la llamada ruptura del ego o, en términos occidentales, la liberación de la mente racional para entrar en contacto con la mente trascendental.

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El arte en el zen

El arte en el zen fungió, y funge aún para muchos practicantes, como un elemento de expresión libre. Es una manera de manifestar el resultado de la práctica constante y, a la vez, una práctica en sí misma para llevar la mente más allá de su estructura racional limitada. En cierto sentido, su funcionamiento tiene una gran similitud con la práctica de Koan o de mondo dentro de la misma tradición.

Los Koans son preguntas a las que no se puede responder de manera racional y que han sido empleadas por siglos en la tradición zen como herramientas para la meditación. Podríamos decir que al no poder responderlas de manera racional, fuerzan a la mente a romper con las estructuras limitadas que tiene y experimentar la realidad más allá de sus preconcepciones.

El mondo, por otro lado, es un diálogo que ocurre muchas veces entre un maestro y un alumno. En este diálogo se entabla una conversación más allá de la mente racional, en la que se debe responder con el inconsciente, en lugar de hacerlo con la mente consciente.

El arte en el zen tiene profunda similitud con ambas prácticas. Tanto la poesía como la pintura buscan ser manifestadas, no a partir de reglas y estructuras canónicas, sino de forma espontánea. De hecho, podríamos decir que se busca producir manifestaciones artísticas de manera estrictamente espontánea, tanto que aquello a juzgar en las mismas es la veracidad de dicha espontaneidad.

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La influencia del zen en las vanguardias tardías

La forma de pensar del zen en un principio fue, como ya se mencionó, profundamente influyente para movimientos de las vanguardias tardías como el expresionismo abstracto, el Gutai y el Fluxus. En muchos sentidos, la forma de pensar del zen encontraba ecos significativos con Dada y su postura anti-arte en la que se echaban por tierra las estructuras preconcebidas del arte, muy a la manera de Lao-Tse.

Igualmente, el zen encontraba una fuerte similitud con los postulados del surrealismo y su deseo de traer imágenes del inconsciente. Las mismas prácticas del surrealismo, como los cadáveres esquisitos o el automatismo, pueden considerarse como herramientas similares a aquellas empleadas por el zen para romper con la mente racional y conectar con el inconsciente profundo.

Mucho de las búsquedas posteriores del arte encontraron en el zen, a veces sin saberlo, una estructura de pensamiento que les permitía explorar este aspecto del arte que no necesariamente había sido abordado en Occidente. Y aunque esto último podría ser discutible, es un hecho que en estas exploraciones el arte oriental tiene muchos siglos de ventaja.

HUGO CASCIA   FUENTE :INTERNET

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Centrado en la tormenta Hugo Cascia Fuente:Internet


 No se trata de ir hacia delante buscando soluciones, instrumentos más potentes o simplemente dinero, ni de ir hacia atrás, como querrían algunos conservadores, sino de ir más allá, es decir, redescubrir la tercera dimensión en nosotros preguntándonos una vez más cuál es el sentido de la vida, de la realidad y nuestro papel en ella. 

Raimon Pannikar, 2011

 

La meditación no consiste sólo en sentarse tranquilamente a la sombra de un árbol y relajarse para disfrutar de un respiro en las actividades cotidianas, sino en familiarizarse con una nueva visión de las cosas, una nueva forma de gestionar los pensamientos, de percibir a los seres y el mundo de los fenómenos. 

Matthieu Ricard, 2005

 

Por: Ishwara

Aparecen nubarrones y en la distancia retumban los truenos. Levantamos la mirada, pero volvemos a nuestras vidas. Caen gotas, se intensifican y aceleramos el paso. Pensamos que será como otras tormentas, pero el temporal arrecia. Entonces protestamos, aunque la única solución es refugiarnos. Llegamos a nuestro hogar con ropas mojadas y frío en los huesos. Afuera, la tormenta avanza y pisa el terreno de lo desconocido. Tomamos una ducha, vestimos ropas secas y preparamos una bebida caliente. En ese instante podemos contemplar la tormenta: las gotas que se deslizan por los cristales, su ritmo en el asfalto y su transformación en arroyos. El color gris despierta nostalgias; los relámpagos a la vez suscitan vulnerabilidad y asombro. Nos sentimos pequeños, pero nuestro corazón es capaz de albergar lo sublime.

En los últimos meses hemos vivido uno de los grandes desafíos globales y la alegoría de la tormenta inspirada en un texto del maestro zen Thich Nhat Hanh (2014) sirve como un mapa para comprender nuestras reacciones individuales y colectivas durante la crisis del Covid-19. Primero, llegaron noticias sobre un virus en China y vimos nubarrones lejanos. Después recibimos las informaciones de contagios en Italia y España, entonces la atención y la empatía se activaron. En las latitudes latinoamericanas, nuestros líderes (y luego nosotros) hicieron uso del “sesgo optimista”  y luego del “sesgo de disponibilidad” (Salas, J. 2020); es decir, minimizaron la posibilidad de que el virus llegara a nuestra región, y cuando las gotas nos mojaron equipararon una circunstancia desconocida con la tranquilizadora “gripe común”. La emergencia al otro lado del océano encendió las alarmas y puso en marcha los confinamientos. La disrupción global se hizo evidente y el exceso de información ahondó la incertidumbre. La tormenta comenzó a dar visos desconocidos. En cada nación y con diferentes escalas se revelaron las falencias de los sistemas de salud, las debilidades institucionales, el talante de los liderazgos y la exacerbación de los conflictos sociales. Con las semanas aparecieron las dicotomías: detener la propagación veloz de la pandemia o cuidar la economía; implementar aislamientos estrictos o respetar la libertad de movimiento; vigilar la intimidad a través de la tecnología o promover las comunidades activas en el cuidado, entre otras. 

Como especie hemos evolucionado para aplacar los miedos primitivos y hasta hoy buscábamos domarlos mediante la razón, el método científico y los datos empíricos. Pero la sensación de seguridad y orden se desmoronan ante la sana humildad epistemológica de los expertos que afirman “no sabemos”. 

En los últimos meses, las mejores mentes del planeta y la mayor cantidad de recursos han estado dedicados a resolver este entuerto. Quienes no estamos en la primera línea de contención ni pertenecemos a los grupos de especialistas, bebemos a grandes sorbos la última información y procuramos familiarizarnos con cifras de contagio, decesos, recuperados, modelos matemáticos, picos… y una completa “gramática”, que nos ayude a comprender: ¿por qué el mundo como lo conocíamos no volverá, hasta cuándo viviremos esta pesadilla o cuál de los futuros posibles se hará realidad? Pero más allá de la curiosidad, la avidez informativa está relacionada con nuestra dificultad para lidiar con lo incierto. En una lúcida entrevista, la investigadora Atocha Aliseda, especialista en filosofía de la medicina, afirmó: 

No estamos listos para la incertidumbre. O para que los propios investigadores o los propios políticos que utilizan estos datos digan: “La verdad, no tenemos idea”. El primer ministro holandés hizo una declaración […] y es que se estaban tomando el ciento por ciento de las decisiones con el cinco por ciento de la información. Con la lógica […] tenemos la certidumbre […] Con la probabilidad, lo que estamos midiendo es el riesgo: conocemos cuáles son nuestras incógnitas y lo que tenemos que hacer es calcular bien. Pero en el terreno de la incertidumbre, que es en el que estamos, no sabes ni siquiera cuáles son tus escenarios posibles (Budasoff, E. 2020).

Como especie hemos evolucionado para aplacar los miedos primitivos y hasta hoy buscábamos domarlos mediante la razón, el método científico y los datos empíricos. Pero la sensación de seguridad y orden se desmoronan ante la sana humildad epistemiológica de los expertos que afirman “no sabemos”. Esta disolución de las certezas se ahonda cuando el Director General de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, por citar un ejemplo, afirmó recientemente que: “No habrá retorno a la normalidad en el futuro previsible”. O cuando el epidemiólogo Anthony Fauci, Director Nacional del Instituto sobre Alergias y Enfermedades Infecciosas de los EE.UU. y quien ha estado al frente de la pandemia en ese país, afirmó en repetidas ocasiones que la batalla frente al Covid-19 se estaba perdiendo. 

 

Con la catarata informativa aparecen unos “datos” más inmediatos provenientes de nuestro cuerpo: tensiones, dolores, alteraciones del sueño o cambios en el apetito; nuestras emociones: ansiedad, enojo, tristeza o miedo; nuestros pensamientos: ideas catastróficas, negación, cinismo o deficiencias de memoria, y  nuestras relaciones: agresividad, distanciamiento, dificultad para establecer rutinas o aislamiento. Estas experiencias hacen parte de lo que el psicólogo argentino Luciano Grasso, ex Director Nacional de Salud Mental y Adicciones de Argentina, denominó “la curva que no vemos” (2020). Pues mientras en la mayoría de las naciones hay una tendencia a aplanar la curva de contagios y decesos, los escasos estudios muestran un aumento en la curva de problemas de salud mental. Lo anterior, debido a tres factores: primero, algunos pacientes con patologías mentales han visto restringidos sus cuidados; segundo, quienes han padecido de forma directa los efectos del coronavirus han manifestado también desafíos mentales; tercero, el grueso de la población confinada, con dificultades económicas y expuesta al caudal informativo, podría estar en riesgo sin el adecuado cuidado. 

Con la misma preocupación, la institución colombiana Profamilia realizó una encuesta, que contó con el apoyo del Imperial College of London, donde se entrevistaron 3.549 personas. El 75% afirmó haber padecido alguna afectación en su salud mental durante la cuarentena, siendo el rango entre los 18 y 29 años el más afectado (El Espectador, 2020). Como respuesta a los hallazgos, esta institución y la Fundación Santo Domingo crearon la plataforma “Porque quiero estar bien”, para recibir atención psicológica de forma gratuita. Esta iniciativa es un ejemplo del esfuerzo, aún exiguo, de los profesionales de la salud mental, las organizaciones privadas y los gobiernos para responder a un pilar social que se ha visto agrietado.

“He podido observar crisis de angustia y ansiedad asociadas al coronavirus. Cuando tengo la oportunidad de profundizar, aparece presentificada la muerte, la real relacionada con el fin físico, pero sobre todo la relacionada con lo indecible, la que se remonta al vacío” Carolina Funes, Psicóloga

Adicionalmente, los desafíos psicológicos suscitados por la pandemia han abierto el camino para miedos primordiales y preguntas existenciales. La psicóloga Carolina Funes, del área de urgencias del Hospital y Escuela de Salud Mental Dr. Carlos Pereyra de Mendoza (Argentina), en entrevista personal afirmó: “He podido observar crisis de angustia y ansiedad asociadas al coronavirus. Cuando tengo la oportunidad de profundizar, aparece presentificada la muerte, la real relacionada con el fin físico, pero sobre todo la relacionada con lo indecible, la que se remonta al vacío. El desbordamiento se produce por la posibilidad de la propia muerte y la de seres queridos. Considerando además que el grupo de riesgo son los mayores de sesenta años, esto representa la posibilidad de perder a los padres o abuelos; es decir, que caigan nuestros referentes y así experimentar la orfandad”. 

En momentos de profunda disrupción son imperativos los abordajes que integren un amplio espectro de dimensiones y hagan uso de todos los recursos humanos de comprensión. En una emergencia sanitaria se debe escuchar con atención la voz de la ciencia médica, pero a la vez es necesario considerar que hay en juego factores psicológicos, culturales y de ajuste estructural. Además sería pertinente poner al servicio de la complejidad distintas realidades de la experiencia humana a las que accedemos con diferentes “ojos”. El “ojo de la carne” (sensibilia) nos permite aproximarnos a la realidad empírica; el “ojo de la mente” (intelligibilia) nos capacita para hacer uso de los instrumentos de la razón, y “el ojo de la contemplación” (transcendelia) nos abre las puertas del Silencio y el Misterio (Wilber, K. 2011: 97-102). Cada una de estas formas de aprehensión tiene sus formas de adiestramiento, métodos, criterios de validez y confirmación. En tiempos del coronavirus hemos oído la voz del ojo de la carne, representada en los datos y los estudios. También hemos asistido al despliegue de tesis, análisis, síntesis e inferencias del “ojo de la razón”. Sin embargo, han sido escasos los espacios para vivenciar el “ojo de la contemplación”. Esta puerta a la realidad tiene una larga tradición tanto en oriente como en occidente, en lo que algunos autores han denominado “sabiduría perenne”. Pero debido a la constante vinculación con los dogmas, las crueldades cometidas en su nombre, el rechazo por parte de los racionalistas, la petición de pruebas empíricas por parte de los empiristas o la sospecha de manipulación por parte de los materialistas, hemos ido perdiendo una valiosa capacidad humana.

 

Aclaremos e insistamos: la ciencia, los datos y la razón son faros esenciales en esta crisis humana. En esa línea nos adscribimos a la postura de autores como el doctor Hans Rosling (autor de Factfulness), quien con su equipo puso en evidencia cómo la ignorancia sobre la información refuerza sesgos y prejuicios. Además, los problemas mentales producto de este trauma colectivo deben ser atendidos por la red de profesionales de la salud capacitados y los sistemas de salud deben robustecerse en esta dirección. También somos conscientes de que en momentos de miedo e incertidumbre las salidas mágico-míticas están a la vuelta de la esquina, y resulta tentador entregarnos a soluciones milagrosas que detengan la tormenta. Sin embargo, no estamos hablando de una regresión, de una negación a la magnitud del problema ni de una renuncia a la evidencia o la razón. Estamos refiriéndonos a una invitación para recobrar una dimensión humana, una forma de estar en el mundo, que nos permita acceder a una profundidad, amplitud y elevación del Ser. Algunos autores se refieren a esta experiencia como “sacra, numinosa, espiritual, mística o trascendental”. Así la describe el pensador Raimon Pannikar: 

La mística no aspira a pensar el Ser, sino a “dejarlo ser”; no quiere penetrar en su interior (indagar la verdad, conocer la realidad), sino que más bien deja que el ser mismo se vierta (deja que la verdad se revele, que la realidad se realice) y que fluya libremente (2015).

Un trato con una realidad de esta naturaleza puede generar ciertas interrogantes, pero en instantes donde es desafiante pensar el presente y el futuro está despojado de certidumbres, sería al menos una aventura explorar prácticas para que el ser mismo se vierta y la realidad se realice. Quizás en esa espontaneidad de quien observa el flujo en lugar de ser arrastrado por él, nuestras reacciones instintivas se apacigüen y emerjan respuestas que abracen la tormenta con resiliencia y creatividad.

La palabra “meditación”, en una bella referencia del sacerdote y meditador Pablo D’Ors proviene de: “meditatio una palabra latina que significa stare médium, lo que significa ‘permanecer en el centro’. La meditación es un peregrinaje a nuestro centro”.

Aproximémonos pues, poco a poco, a este ámbito del ojo contemplativo. Etimológicamente, la palabra “contemplación” viene del latín contemplari que significa “mirar atentamente un espacio delimitado”. Tiene en su raíz la palabra templum, cuyo origen indoeuropeo hace referencia a “un lugar reservado al culto”. Por su parte, la palabra “meditación”, en una bella referencia del sacerdote y meditador Pablo D’Ors proviene de: “meditatio una palabra latina que significa stare médium, lo que significa ‘permanecer en el centro’. La meditación es un peregrinaje a nuestro centro” (2015). Si miramos hacia oriente, el término sánscrito empleado para referirse a esta experiencia en el yoga y parte del budismo es Bhāvanā, que puede ser comprendido como la acción de cultivar o desarrollar una naturaleza o mente luminosa. En budismo tibetano, se emplea el término Gom, entendido como familiarizarse con una visión clara y justa (Ricard, M. 2009).  

Estas definiciones de contemplación y meditación nos hablan de un conjunto de prácticas que mediante su cultivo nos permiten ubicarnos en el centro de nosotros mismos; familiarizarnos con lo que ocurre en esta forma de percepción; mirar atentamente ese espacio que se va delimitando, y entrar en contacto con una “mente luminosa”, hasta que en ese “espacio” se erija un templo. Como aseguran varios maestros, específicamente en la tradición del budismo zen, se trata de “sentarse y nada más” (zazen), pero este sería el final de la historia, cuando hemos recobrado la “mente del principiante”. Escuchemos al gran maestro Shunryu Suzuki: 

Para los estudiantes Zen, lo más importante es no ser dualistas. Nuestra “mente original” lo incluye todo en su seno. Siempre es rica y suficiente en sí misma. […] Esto no significa tener la mente cerrada, sino tenerla vacía y preparada. Si tu mente está vacía, siempre está preparada para cualquier cosa; está abierta a todo. En la mente del principiante hay muchas posibilidades; en la mente del experto hay pocas (2012).

Mujer sentada en un banco mirando el horizonte.

 

No obstante, explorar las definiciones y acercarnos a un propósito como el de la “mente vacía” no necesariamente nos permitirá acceder a la experiencia. La maestra de meditación Lakshmi Devi propone en su texto “La magia de Estar” cuatro estados para iniciar una práctica contemplativa: la quietud, el dejar ir, la calma y la paz. Con el primero, afirma, aprenderemos la importancia de crear pausas en la vida, con el fin de preparar la mente para dejar el mundo de los sentidos. En el estado de dejar ir, mediante la atención y la respiración, nos permitiremos un estado de relajación, contención y sosiego. Luego, para entrar en la calma nos daremos cuenta de la cascada de pensamientos y mediante objetos de concentración (palabras, focalización en partes del cuerpo o imágenes) comenzaremos a reducir el caudal. “Vamos a emplear diversos métodos, que nos conducirán a unir la mente y el Ser. Cuando se logre este estado aparecerán un gran alivio y claridad”. Por último, la maestra inglesa propone el estado de la paz, donde tendrá lugar la meditación: “Con la mente más templada y silenciosa seremos conscientes de que somos más que nuestros pensamientos y encontraremos un observador, que es nuestro Ser Interior” (2018).

En nuestros lugares de aislamiento podemos comenzar a explorar pequeñas pausas de silencios intencionales, siempre recordando que se trata de un modo diferente de experiencia al “ojo de la carne y el ojo de la mente”, por lo cual requiere paciencia y entrenamiento. El solo acto de sentarse y detenerse ya representa una meta en sí misma en el escalón de la “quietud”. Las expectativas y los logros, tan caros al mundo de los sentidos y la inteligencia, no son el fin de la práctica. Como afirma el filósofo Byung-Chul Han: “El detenimiento contemplativo es una praxis de la amabilidad. Deja que suceda, que acontezca, se muestra conforme en vez de intervenir” (2015). Con respecto al proceso de “dejar ir”, la autocompasión será la aliada, especialmente frente a una crisis como la que estamos viviendo, porque surgirán las emociones que hemos estado negando o reprimiendo. Es entonces el tiempo de refugiarnos y darnos cuenta de que tras la tormenta nuestras ropas están mojadas y tenemos frío. Pero con nuestra bondad amorosa y cuidado será posible atenuar el sufrimiento, el miedo y el enojo. Dejar ir también significa derramar lágrimas, como lo hacían los padres del desierto: “Quien guarda luto pasa por las lágrimas y queda así interiormente limpio. En la vida monástica primitiva se cantaba la alabanza a las lágrimas. Las lágrimas limpiaban el alma y la hacían fructificar. Las lágrimas son la expresión de una verdadera experiencia divina” (Grün, 1999).

La experiencia de reconocer, acoger y dejar ir requiere un proceso de desidentificación, de consciencia testigo, que nos permite darnos cuenta de que tenemos un cuerpo, unas emociones y unos pensamientos, pero existe una parte de nosotros que puede observarlos. Esta “metacognición” abre el camino a la concentración en un objeto y la calma en el proceso contemplativo. A medida que se entrena esta facultad de discernimiento es posible encontrar una tercera vía a la dualidad entre represión e identificación. Entonces podremos asumir las circunstancias con una mayor agilidad emocional (término de la psicóloga de Harvard Susan David, 2018), reconociendo que las condiciones exteriores despiertan reacciones emocionales y sufrimiento, pero dándonos cuenta de que este refugio interno es un oasis en el desierto.

Hoy, cuando el mundo del pasado se ha desvanecido; el presente se define por el transcurrir del virus y las decisiones frente al confinamiento, y el futuro pendula entre distopías y optimismos exagerados, el llamado al autocuidado y a la búsqueda del propio centro parecen pertinentes.

A medida que recorramos una y otra vez estos tres estadios (quietud, dejar ir y calma) se irá allanando el terreno para la paz o felicidad profunda. Así la define el monje budista Matthieu Ricard: “Sukha es el estado de plenitud duradera que se manifiesta cuando nos hemos liberado de la ceguera mental y de las emociones conflictivas. Es, asimismo, la sabiduría que permite percibir el mundo tal como es, sin velos ni deformaciones. Es, por último, la alegría de caminar hacia la libertad interior y la bondad afectuosa que emana hacia los demás” (2005).

Hoy, cuando el mundo del pasado se ha desvanecido; el presente se define por el transcurrir del virus y las decisiones frente al confinamiento, y el futuro pendula entre distopías y optimismos exagerados, el llamado al autocuidado y a la búsqueda del propio centro parecen pertinentes. Como afirma Pablo D’Ors: “Casi todos los frutos de la meditación se perciben fuera de la meditación. Algunos de estos frutos son, por ejemplo, una mayor aceptación de la vida tal cual es, una asunción más cabal de los propios límites […], una mayor benevolencia hacia los semejantes, una más cuidada atención a las necesidades ajenas, un superior aprecio a los animales y a la naturaleza, una visión del mundo más global” (2014).  

Sólo el ojo de la contemplación es capaz de hallar el significado existencial y la plenitud tras los velos de este desafío. La experiencia meditativa y el encuentro del propio templo pueden prepararnos para avivar nuestro coraje y compasión, nuestra “espalda fuerte y frente suave” (en términos budistas). El crecimiento de esta dimensión permite abrazar la incertidumbre, el fracaso y la muerte, y desde esta totalidad de la experiencia cultivar la humildad, el aprendizaje y el renacimiento. 

 

Referencias:
Budasoff, E. 2020. “No estamos listos para la incertidumbre”El País. 25 de abril.
Byung-Chul Han. 2015. El aroma del tiempo: Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. Herder Editorial: Barcelona.
Carbajosa, A. 2020. El éxito de la canciller científica que encandila al mundoEl País. 26 de abril. 
David, S. 2018. Agilidad emocional: Rompe tus bloqueos, abraza el cambio y triunfa en el trabajo y la vida. Editorial Sirio:España.
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Fotos: Portada, cortesía de Bill Hulse para Hojas de Inspiración. Foto 1, Morning Brew; foto 2, Avery Evans; foto 3, Sage Friedman (Unsplash).

Nota: Una versión de este artículo apareció publicado en la edición 863 de nuestro medio aliado la Revista Javeriana de Colombia.